un temerario bramido apenas audible,
un rayo fulminante que sosiega,
o un mar sin tempestad alguna…
Si existiese el llanto ecuánime de un niño,
el tierno fragor de la batalla,
el sereno grito de una dama,
o la inofensiva cólera de un Aquiles…
Si existiese el suave murmullo de la cigarra,
la apaciguante cháchara de mujeres,
el armónico discurso de un borracho,
o la queja insulsa de una viuda…
Si existiese-digo- todo ello,
escucharías mi voz que tinta escupe,
y ella, aunque ridícula, llegaría,
al confín de las tierras de quien nada oye.
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