Y por nuestros nombres
Unidos estamos,
En el campo inmaculado
En que nada sucede…
O quizá todo.
Y trabajamos la tierra,
Sin certidumbre alguna,
Sin vernos, sin oírnos
Pensando que el tiempo
Hará su trabajo.
Y la tierra está desnuda, húmeda
Por nuestras lágrimas;
Pues aunque no te conozca,
Conozco esos ojos que tan
Arduo esfuerzo hacen
Por cosechar enigmas.
Y no miramos horizontes,
Cultivaremos en el campo verde,
Hasta que nuestras manos
Ajadas, declinen;
Hasta que el sol evapore
Toda esperanza.
Y la tierra enmohecida
Por los destinos jamás cruzados,
Interpela nuestros sueños
Sin que por ello
Cosechemos algo.
Y la soledad
-nuestro segundo nombre-
debería unirnos, como lo hace
el manto verde
al que llamamos “hogar”.
Pero nada cambia.
Ansiamos la locura
Y no obtenemos sino razones,
En el drama infinito
De una siembra
Por la tormenta destruida.
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