Yo inventé un lenguaje propio para sentirme vivo. Es un lenguaje de miseria y canto que atrofia la garganta y oprime el pecho. Es el juego gramatical de olvidos dolorosos y paraísos perdidos; de unos ojos hermosos que he visto dos o tres veces y una infame espera que se derrocha por todas partes. Su sintaxis es tan frágil como la pura fuerza de voluntad que mantiene - apenas- en una trágica cohesión las palabras que vomita. Este lenguaje crea ilusiones capaces de engañar a cualquiera, como toda obra destinada al fracaso. Incluso hizo que, en el delirio de quienes se enamoran, pensase hablar y decir aquello que las heridas se han encargado de guardar en el más ruin de los silencios. Mas triunfaron la vergüenza y el temor: la primera se alimentaba de mi orgullo, el segundo de mi cobardía. Un cobarde orgulloso: he ahí la ruina entera. Pero son esos ojos- que quizá ahora miren a quien aman verdaderamente- los que me salvan. Sí, esos ojos que he visto dos o tres veces y que he reproducido en la infinita reflexión del cuarto de espejos de mi memoria. Así, pues, la lengua materna sufre un espasmo fatal: ya no puede nombrar nada en un mundo en el que sólo habita el afán de poseer esa mirada, de poder besarla dichosamente sin temor ni vergüenza, como hiciera alguna vez en otro tiempo y con otros ojos. Sin embargo, aquí está la fantasía que tanto me atormenta: no porque mi deseo no se vea correspondido, sino porque, finalmente, el silencio es quien ha triunfado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario