El hombre no está hecho para vencerse a sí mismo, por ello resulta agrio el sabor de una vana esperanza que se desintegra, como un secreto que se dice a destiempo o, peor aún, cuando ya no tiene sentido arrebatarle su silencio. Feliz es aquel hombre que puede creer en el destino, en una inexorable caída hacia un abismo de soledad y misterio, porque nunca ha imaginado estar en unos brazos como los tuyos ni caer en el hechizo de unos ojos que le rehuyen. No soy un hombre de la necesidad sino de la contingencia pura. Pero no puedo evitar pensar en ti como un engranaje perfecto, como si de pronto existiera alguien a quien, sin duda, otorgaría toda clase de necesidad: ¡Eres para mí! Y es trágico. Por lo menos -evidentemente- desde mi subjetiva forma de recordarte. Es tragicómico incluso: unas cuantas palabras tuyas dibujaron en mí una admiración absoluta, una esperanza ficticia y un suspiro tan inmenso como irracional: hoy muere un secreto que jamás debió existir. Y también muere una esperanza. Con ellos se va, además, una carga: por más malos que sean, uno no debería desperdiciar sus propios versos.
viernes, 27 de febrero de 2015
Un secreto que muere...
El hombre no está hecho para vencerse a sí mismo, por ello resulta agrio el sabor de una vana esperanza que se desintegra, como un secreto que se dice a destiempo o, peor aún, cuando ya no tiene sentido arrebatarle su silencio. Feliz es aquel hombre que puede creer en el destino, en una inexorable caída hacia un abismo de soledad y misterio, porque nunca ha imaginado estar en unos brazos como los tuyos ni caer en el hechizo de unos ojos que le rehuyen. No soy un hombre de la necesidad sino de la contingencia pura. Pero no puedo evitar pensar en ti como un engranaje perfecto, como si de pronto existiera alguien a quien, sin duda, otorgaría toda clase de necesidad: ¡Eres para mí! Y es trágico. Por lo menos -evidentemente- desde mi subjetiva forma de recordarte. Es tragicómico incluso: unas cuantas palabras tuyas dibujaron en mí una admiración absoluta, una esperanza ficticia y un suspiro tan inmenso como irracional: hoy muere un secreto que jamás debió existir. Y también muere una esperanza. Con ellos se va, además, una carga: por más malos que sean, uno no debería desperdiciar sus propios versos.
domingo, 8 de febrero de 2015
No te conozco.
Hay algo de perverso en mirarte furtivamente, en la ilusión asesina de aquellos que, en el margen de tu vida, añoran ser dormidos en tu encanto impronunciable. Pero he aquí, pues, el desgarramiento absoluto de una mirada perdida que sueña en vano, que idealiza, que se obsesiona inútilmente como quien carece de amor por tanto tiempo. Entre el sueño y la pastosa realidad del mundo hay un capricho supremo que bien quisiera tornarse en amor, pero conoce perfectamente su limitación originaria. ¡No hay palabras para describir esa sensación de perder algo que por principio nunca se tuvo! Nunca he sido la imagen reflejada en tus ojos ni la calidez que te abrazace en los inviernos de una soledad cuya esencia -¡bien lo sabré yo!- resulta abrumadora. Pero, a pesar de todo, ¡no te conozco! He ahí lo más absurdo de todo, el sin sentido más vergonzante y la debilidad más angustiosa. No puedo decir que me he enamorado, me limito a decir que, en todo caso, quisiera enamorarme de alguien con tu encanto preciso y que sea capaz, en pocas palabras cruzadas, de hipnotizar a cualquiera.
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