¿Bajo qué techo has de albergarme?
¡Oh, diosa de arcanos ojos!
¿En el trémulo silencio que guardase
la pulcra y fina grieta de tu rostro?
¡Ay, pobre de mí que hube muerto
en el instante mismo en que cobarde
el temor a mi alma destinase
al hórrido impulso del deseo!
¿Habrá en el porvenir incierto
indicio alguno de tu rostro?
¿O sólo inmenso e impávido desierto
en mi fútil destino deshonroso?
Quizás en el destierro de esta vida
Brillará el semblante inmaculado
de aquella a quien mi voz recita,
ella: la Beatriz de mis resabios.
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