domingo, 27 de julio de 2014

Un día...

¿Bajo qué techo has de albergarme?
¡Oh, diosa de arcanos ojos!
¿En el trémulo silencio que guardase
la pulcra y fina grieta de tu rostro?

¡Ay, pobre de mí que hube muerto
en el instante mismo en que cobarde
el temor a mi alma destinase
al hórrido impulso del deseo!

¿Habrá en el porvenir incierto
indicio alguno de tu rostro?
¿O sólo inmenso e impávido desierto
en mi fútil destino deshonroso?

Quizás en el destierro de esta vida
Brillará el semblante inmaculado
de aquella a quien mi voz recita,
ella: la Beatriz de mis resabios.

lunes, 21 de julio de 2014

Sueño


4. Noviembre.


No seré yo quien pronuncie la primera palabra. Quizá, después de todo, no existe cosa alguna que merezca ser dicha. Es lo inefable o lo flagrantemente absurdo. Quisiera decir: " ¡He aquí la congoja de quien pertenece al reino de los muertos!"; y entonces todo tendría algún orden y sentido. Pero no puedo hacerlo. No por temor a que mi garganta, de pronto, eclipsase. En verdad te digo: mi temor radica en que no encuentres sentido alguno en aquello que de mi boca nazca. Así, un terror me invade como anticipándose  a lo que muy bien sabe es mero ensueño. Y entonces sólo miro. Y entonces callo. Y entonces contemplo cómo el solo impulso que guía  a estas letras es tan necio, marginal y risible. Luego la vergüenza  me invade al saberme conmovido por tan pequeñas cosas. Pequeñas porque  ignoro absolutamente todo. Pero pareciese que, mientras más mi espíritu permanece ciego, la fuerza misteriosa del anhelo se vuelve más insoportable; pues cuando la noche cae, cuando no existe nada que a mi ánimo perturbe, sueño con que le arrebato a tus sienes su frágil sueño, como cuando Héctor, perseverando en su torpeza, hubo de imaginar - por brevísimo tiempo-  su lanza atravesando el pecho del iracundo Aquiles. Es cierto. Es resignada esperanza lo que mueve el destino de aquellos cuya bravura les permite verlo, pero no anularlo...Abro los ojos y no existes más. La brutalidad pastosa e impenetrable del mundo inunda todo cuanto pienso y deseo. Su frialdad lo nubla todo. Y entonces reparo en que el verdadero acto volitivo implica poseer la más profunda y hermosa tranquilidad del ánimo: cerrando mis ojos, soñando con que sueñas que hurtaba dulcemente tu sueño.