Os habéis convencido de la imbatible nulidad de los poetas. Habéis enviado legiones de huecas cabezas, a modo de arietes, para derribar los muros ficticios de mentes oníricas. Os habéis rendido, humillado ante la tempestad y habéis fabricado una soga de inmundicia en la que os ahorcáis diariamente. ¿ Es que os conformáis con vuestra hipócrita aceptación del mundo, hablando siempre con una austeridad absoluta? ¿Es verdad que para vuestro corto entendimiento, el dolor es dolor, el odio es odio y el amor es, simplemente, amor? Pero, ¿ es que no os dais cuenta de que esta pasividad, inútilmente disfrazada de sobriedad y sabiduría, sólo puede emerger de las entrañas de una renuncia fundamental, esto es, de no ser sino lo que ya sois? Vuestra aceptación y simplicidad es una quimera de tranquilidad. ¿Qué pueden saber del dolor -o, en general, de lo que vosotros llamáis «pasiones»- aquellos que nunca intentaron transformar la gris concreción del mundo en una imagen viva e, incluso, bella? ¡Sólo quien ha tratado de dar vida a las muertas palabras que tan sólo nombran, ha aceptado el peso de la carne y se ha elevado lo suficiente para crucificarle! ¡Y vosotros aún pensáis, neciamente, que el poeta es un loco que del mundo no quiere tener noticia! Pero he aquí que, refugiados en vuestras chozas, jamás habéis querido salir al encuentro del mundo; ante el primer signo de contrariedad, escapáis como comadrejas: vosotros sois los verdaderos cobardes.
domingo, 19 de junio de 2016
Poetas...
Os habéis convencido de la imbatible nulidad de los poetas. Habéis enviado legiones de huecas cabezas, a modo de arietes, para derribar los muros ficticios de mentes oníricas. Os habéis rendido, humillado ante la tempestad y habéis fabricado una soga de inmundicia en la que os ahorcáis diariamente. ¿ Es que os conformáis con vuestra hipócrita aceptación del mundo, hablando siempre con una austeridad absoluta? ¿Es verdad que para vuestro corto entendimiento, el dolor es dolor, el odio es odio y el amor es, simplemente, amor? Pero, ¿ es que no os dais cuenta de que esta pasividad, inútilmente disfrazada de sobriedad y sabiduría, sólo puede emerger de las entrañas de una renuncia fundamental, esto es, de no ser sino lo que ya sois? Vuestra aceptación y simplicidad es una quimera de tranquilidad. ¿Qué pueden saber del dolor -o, en general, de lo que vosotros llamáis «pasiones»- aquellos que nunca intentaron transformar la gris concreción del mundo en una imagen viva e, incluso, bella? ¡Sólo quien ha tratado de dar vida a las muertas palabras que tan sólo nombran, ha aceptado el peso de la carne y se ha elevado lo suficiente para crucificarle! ¡Y vosotros aún pensáis, neciamente, que el poeta es un loco que del mundo no quiere tener noticia! Pero he aquí que, refugiados en vuestras chozas, jamás habéis querido salir al encuentro del mundo; ante el primer signo de contrariedad, escapáis como comadrejas: vosotros sois los verdaderos cobardes.
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