Siempre has caído en las redes de tu
propia virilidad. Huyes, te refugias en tres o cuatro sentencias bien razonadas
y te convences de que no hay nada en el mundo que te impida derribar los muros
de la banalidad. Pero, ¡qué poca cosa has logrado! ¡Mírate! ¡Doquiera ves una ausencia, una fractura y una tragedia! ¿no irás, una vez más, a
esconderte detrás de la vieja tapa de aquél libro, el mismo en donde los
hombres carecen de cualquier significado? … Hablas siempre bajo los efectos
enervantes de los franceses de posguerra, alimentados de ese dulce pesimismo
que te cubre de un aura misteriosa…o al menos así lo crees. Pero, ¿qué es lo
que admiras de quienes no tenían otra esperanza que enredarse en sus propias
contradicciones, en su propia desesperación? Quizá, quieras o no aceptarlo,
admiras la oscuridad y el aura tenebrosa de los vencidos porque posees un viejo
sol del que te avergüenzas: ser feliz es síntoma de que has perdido la lucidez,
pues sientes que la buena vida es tan sólo una ilusión producto de una ingenua voluntad. Y, ¿qué harás, entonces? ¿Cómo lucharás contra esa felicidad
vergonzante? ¿Darás muerte al primero que se pose frente tuyo, por tener
demasiado frío o demasiado calor? El sentido te desnuda, te despoja de lo único
que posees para poderte sentir único: la tristeza.
Frente a la torpe vanidad del mundo opones la autoindulgencia –otra vanidad, aunque a tus ojos más decorosa-; el mundo se presenta como una eterna incertidumbre que desdeña lo incomprensible de tu delirio. ¡Qué tontería! Tienes tanto miedo de la tristeza que has decidido aceptarla completamente para que no te parezca demasiado hostil. Caes, así, presa de tu propia ilusión: sientes ser más profundo cuanto más infeliz te vuelves. Has de aceptar, sin embargo, que esto significa lo que implica: te has abandonado a una fantasía cuyo efecto sedante es una tensión permanente. La lucha que emprendes diariamente no es sino una drôle de guerre. ¿Esperas que alguien comprenda esto? Lo cierto es que no. De lo contrario, más allá de sentirte exhibido, te descubrirías siendo un individuo más del mundo, sin otra cosa que su misterio inconcebible. Huye, pues, a la tierra en donde la oscuridad es un faro luminoso, un mero artificio; deja que otros sufran y naufraguen en donde hasta las sombras parecerían destellos.
A pesar de todo, debes escribir sobre esto. Por muy falsa que sea, la oscuridad termina siempre por consumir a los que están al filo de la locura.
Frente a la torpe vanidad del mundo opones la autoindulgencia –otra vanidad, aunque a tus ojos más decorosa-; el mundo se presenta como una eterna incertidumbre que desdeña lo incomprensible de tu delirio. ¡Qué tontería! Tienes tanto miedo de la tristeza que has decidido aceptarla completamente para que no te parezca demasiado hostil. Caes, así, presa de tu propia ilusión: sientes ser más profundo cuanto más infeliz te vuelves. Has de aceptar, sin embargo, que esto significa lo que implica: te has abandonado a una fantasía cuyo efecto sedante es una tensión permanente. La lucha que emprendes diariamente no es sino una drôle de guerre. ¿Esperas que alguien comprenda esto? Lo cierto es que no. De lo contrario, más allá de sentirte exhibido, te descubrirías siendo un individuo más del mundo, sin otra cosa que su misterio inconcebible. Huye, pues, a la tierra en donde la oscuridad es un faro luminoso, un mero artificio; deja que otros sufran y naufraguen en donde hasta las sombras parecerían destellos.
A pesar de todo, debes escribir sobre esto. Por muy falsa que sea, la oscuridad termina siempre por consumir a los que están al filo de la locura.
